Título: Un país con demasiados reyes.
Autor: Miguel Ángel Mendo.
Resumen: En un país muy pequeño, donde todos sus habitantes eran reyes; sus esposas, reinas; y sus hijas e hijos eran príncipes y princesas.
Todo era muy raro; las tiendas de muebles vendían tronos, todas las personas compraban capas de armiño en las sastrerías, y en vez de sombrererías había "coronerías", porque todo el mundo quería ser rey y llevar su propia corona.
En aquel país había un problema muy grande y era que todo el mundo se aburría mucho, porque todo el mundo quería mandar a todo el mundo y nadie se dejaba mandar, ya que su noblezano se lo permitía.
Un día, de pura casualidad vino un joven caballero que estaba perdido y tenía mucha hambre, vio a un príncipe y le dijo:
- ¿Tú sabes dónde...?
-¡Llámame majestad! -lo interrumpió el príncipe-. ¿Con quién te crees que estás hablando?
-Yo lo que quiero es saber dónde... -siguió el joven.
-¿y tú quién eres?
-Yo vengo de lejos y estoy perdido, pero lo que quiero...
-¡Tú eres mi súbdito! Porque tu no eres un rey, ¿verdad?
-No, no soy un rey.
El joven se quedó perplejo. Entonces el príncipe le ordenó que fuera a comprarle un chicle de fresa.
-Oye nene,...
-¡Me tienes que llamar Majestad!
Con todos esos gritos que daba el príncipe empezó a reunirse mucha gente: reyes, reinas, princesas...
El caballero se quedó asombrado al ver a tantos reyes. Pero lo malo fue cuando todo el mundo se enteró de que había llegado un súbdito. La gente se acercó a él a darle órdenes.
-¡Llévame este paquete!
-¡Lávate la cara y péinate con la raya al otro lado!
-¡Ve corriendo hasta allí y vuelve saltando!
Y luego se pusieron a discutir entre ellos:
-¡Éste súbdito me lo he pedido yo!
-¡No, yo lo he visto primero!
Todo el mundo se estaba insultando y tirando del pobre joven, uno de un brazo, otro de la pierna...
Entonces empezaron de las palabras a las manos. Al final todo el mundo terminó dándose coronazos.
Abandonado en medio de la pelea y sin creer lo que estaba pasando, el caballero montó en su caballo dispuesto ha irse de allí. Pero una reina lo vio y lo agarró como pudo de su pierna mientras le decía:
-¡No te vayas, quédate y sé mi súbdito!
Con mucho esfuerzo, el caballero logró librarse de la reina. La señora, al ver que se iba le dijo a todos los reyes que se les escapaba el súbdito.
Todo el mundo dejó de pelearse y salió detrás de él con los mantos de armiño recogidos en sus brazos para no tropezarse.
-¡Quédate! ¡Te haremos nuestro rey!
El joven, asustado azuzó a su caballo y no dejó de galopar hasta que los reyes se convirtieron en pequeños puntitos en el horizonte.